Ventisca en la Sierra de Guadarrama
Arturo estaba en la plenitud de su vida, tenía 24 años, una complexión atlética y una considerable altura. Además de ser un deportista consumado, era un espíritu libre, amante de la naturaleza. Esa mañana, a pesar del mal tiempo invernal, decidió ir a la montaña. Introdujo en su mochila ropa de abrigo impermeable y provisiones de comida y agua para el día, y salió de su casa con entusiasmo.
Antes de comenzar su aventura, decidió detenerse cerca de su residencia en la Colonia de Torrelodones para desayunar en su cafetería preferida, "Zepelín", reconocida por su excelente café y tertulias, así como por la amabilidad de su personal.
Una vez satisfecho con su abundante desayuno, se dirigió directamente al Puerto del León, en Guadarrama. Este es un antiguo paso que atraviesa la Sierra de Guadarrama y comunica la provincia de Segovia con la comunidad de Madrid. Ha sido testigo de innumerables historias desde los tiempos del Imperio romano.
Después de estacionar el vehículo en el aparcamiento, comenzó el ascenso hacia el Cerro Piñonero a paso rápido. A medida que ascendía, las condiciones meteorológicas empeoraban y la temperatura disminuía considerablemente, lo cual explicaba la ausencia de otros montañeros. Lamentó no haber consultado el parte meteorológico, pero, aunque el aire era frío y cortante, su espíritu indomable le instó a seguir adelante. Pasó junto a un antiguo búnker de la guerra civil que funcionaba como refugio para otros aventureros. En estos parajes tuvo lugar durante la guerra civil la batalla de Guadarrama. Un golpe de viento helado azotó su cara, recordándole la brusquedad de la naturaleza, y decidió acelerar su marcha hacia "Cabeza Líjar".
Con cada paso, los tramos resultaron más complejos debido a la abundancia de piedras, el pronunciado desnivel y la formación de hielo. El viento se intensificó hasta convertirse en una ventisca. Al avanzar, una ráfaga de viento lo derribó, provocándole múltiples contusiones en el cuerpo y laceraciones en las manos. Lo más grave fue que su anorak de plumas se enganchó en una rama seca que sobresalía del suelo, rasgándose y dejando su espalda al descubierto, expuesta a un frío intenso.
Fue entonces cuando se percató de que su situación había empeorado considerablemente. Una espesa neblina lo envolvía, reduciendo su visibilidad a metro y medio, mientras pequeñas gotas de nieve y viento helado batían su rostro debido a la fuerza huracanada del viento. Comprendió que había subestimado las fuerzas de la montaña, sin prever que la sierra de Guadarrama pudiera cambiar su climatología tan rápidamente y volverse tan peligrosa, hasta el punto de poner en riesgo su integridad física. Al no disponer de piolet ni crampones, la opción de seguir adelante se tornaba peligrosa. Así que, con el pulso acelerado, pensó si debería regresar.
Estimó que llevaba algo más de tres horas ascendiendo a buen paso. Con esta ventisca, descender sería extremadamente peligroso; si lograba llegar a Cabeza de Líjar, podría refugiarse en un antiguo búnker de la guerra civil que había visitado anteriormente. Recordaba haber ascendido a su plataforma superior para deleitarse contemplando el maravilloso paisaje panorámico del Cordal de la Mujer Muerta, Cuelgamuros, y observar los principales montes de la Sierra de Guadarrama, como la Bola del Mundo, La Maliciosa, Peñalara y la meseta castellana. Ese era su objetivo hoy: rememorar tan agradable experiencia. Qué diferencia, hoy no solo no disfrutaba, sino que dudaba si saldría con vida de esta terrible situación.
Debido al intenso frío, sus manos experimentaban un considerable dolor. Intentó calentar sus dedos utilizando el vaho que exhalaba de sus pulmones. Su barba presentaba trozos de hielo adheridos, y el viento helado que penetraba por su espalda le provocaba una intensa tiritera. Temblaba y temía por su vida debido a la posibilidad de sufrir hipotermia. La angustia se apoderó de él. Se detuvo y, con gran dificultad, abrió su mochila. Sacó una camiseta y, tras un considerable esfuerzo, se la colocó sobre el anorak para protegerse del viento. Expresó un suspiro de alivio al sentir la mejora inmediata y comprobar que la camiseta era suficientemente flexible para soportar la presión.
Tras varios minutos de ascenso a la mayor velocidad posible, se encontraba al borde del agotamiento. Era consciente de que detenerse pondría su vida en riesgo. Su fuerza y determinación comenzaban a disminuir; cuestionaba si, debido a la baja visibilidad, realmente estaba ascendiendo en la dirección correcta o si se había desviado de su ruta. Si no hallaba pronto un refugio, su supervivencia estaría comprometida.
No obstante, aun si se había desviado, existía la posibilidad de hallar la antigua mina de wolframio o la cueva situada cerca del collado. Con renovadas esperanzas y determinación, prosiguió su ascenso. Tras resbalar nuevamente, dolorido y casi a punto de desfallecer, consideró la posibilidad de no sobrevivir. Fue entonces cuando, mirando hacia arriba, descubrió que el refugio de Cabeza Líjar se encontraba a escasos pasos.

Experimentó una fuerte emoción mientras se esforzaba por entrar al refugio, logrando finalmente protegerse del viento y la helada. Necesitaba calor urgentemente. Al inspeccionar el interior del refugio, se alegró de hallar leña seca, astillas y una caja de cerillas. En su mochila tenía un encendedor. Encendió un fuego que rápidamente comenzó a calentar su cuerpo tembloroso.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en unas latas de carne y sardinas, junto a una nota que rezaba: "Caminante, toma lo que necesites y haz buen uso. Pero, por favor, vuelve y repón lo que has utilizado. Puede ayudar a otros. Gracias". Con las lágrimas acumulándose en sus ojos, Arturo sintió una profunda conexión con aquellos desconocidos que habían dejado un pedazo de esperanza en medio de la adversidad. En ese refugio, su perspectiva cambió; la montaña, aunque brutal y salvaje, también podía ser un lugar de altruismo y comunidad. Al recuperarse del frío y la angustia, comprendió que, al igual que había recibido ayuda, ahora tenía la responsabilidad de ayudar a otros. Por lo que se comprometió a regresar para reponer los recursos utilizados. Entendió por qué hay que seguir la máxima: "Haz el bien, sin mirar a quién".
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