Horus - La simbiosis Justiciera
Félix se encontraba en el jardín de su hogar disfrutando su pasatiempo predilecto: la lectura. Desde su niñez, sus padres incentivaron este interés al recompensarlo cada vez que les presentaba un resumen del libro elegido que le proporcionaban. Al principio lo hacía por interés personal, para obtener un dinerillo, pero posteriormente, el hábito hizo que se convirtiera en una actividad esencial para él. A raíz de un accidente, su pie derecho y su columna vertebral resultaron lesionados, ocasionando deformidades. Algunos compañeros de clase se mofaban de él debido a su apariencia y dificultad para defenderse, por lo que buscó consuelo en los libros.
Aunque absorto en la lectura, se vio obligado a interrumpirla debido al ruido producido por el aleteo de numerosos pájaros, que parecían anticipar o escapar de algún peligro inminente. Mientras contemplaba extrañado el vuelo de las aves en su huida, escuchó un estruendo y sintió un fuerte temblor en la tierra de su pequeño jardín, a pocos metros de distancia.
Observó un objeto que parecía ser un meteorito caído, tenía forma ovalada y dimensiones similares a un balón de béisbol. Su tonalidad variaba entre rojo y negro, posiblemente por efecto de la fricción generada al entrar en la atmósfera. A su alrededor, unas hierbas secas ardían.
Consideró que este elemento sería un objeto de estudio interesante y decidió recogerlo una vez se enfriara. Después de esperar unos minutos, precavidamente, optó por verter agua sobre el meteorito para acelerar el proceso de enfriamiento. De manera inesperada, el objeto cambió de color, y una pequeña sección comenzó a brillar intensamente.
Sin más dilación decidió tomarlo y, al extender su mano hacia el objeto, observó cómo la parte brillante cambiaba de forma y se adhería como un potente imán a su antebrazo. Con temor, trató desesperadamente de desprenderse del objeto. Este súbitamente inició una metamorfosis, transformándose de materia sólida a un fluido extraño que, aferrado a su brazo, penetraba en su interior y ascendía irremediablemente hacia su cabeza.

Su corazón latía aceleradamente debido al terror experimentado, cuando de manera súbita experimentó una sensación de tranquilidad, calma y paz absoluta, como si hubiera alcanzado un estado de eudaimonía. (Estado de plenitud y florecimiento humano, objetivo principal de la vida según la antigua filosofía griega). Además, su mente adquirió unos sentidos que antes no poseía, todo era claro y conciso.
Escuchó una voz interna como si alguien le hablara sin poder verlo, pero sí percibirlo. No había duda, era el ser que ahora estaba dentro de él.
—No temas, soy Horus, procedo de los confines de universo y he viajado recorriendo el espacio durante eones. Hoy, si tú quieres, nos uniremos temporalmente para formar una simbiosis beneficiosa. Mi objetivo es aumentar mis conocimientos observando cada lugar que visito y dentro de lo posible, ayudar y mitigar el mal. Ahora que estoy aquí, te invito a formar parte de mi proyecto. Si no aceptas me iré, pero te aseguro, que habrás perdido la oportunidad de tu vida. Mientras permanezca en tu planeta y colabores conmigo, nada has de temer y a cambio te ayudaré a evolucionar.
Félix sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La voz de Horus resonaba en su mente, clara y firme, impregnada de una sabiduría ancestral. Aunque se encontraba desconcertado, no podía resistir la propuesta y decidió aceptarla. En ese mismo instante, una energía vibrante fluyó a través de él, como si cada célula de su ser estuviera siendo reconfigurada, dotada de nuevas habilidades y percepciones. Poco después, sus deformidades desaparecieron y adquirió una agilidad y flexibilidad sin precedentes. Pudo notar como su mente estaba adquiriendo nuevos conocimientos.
Por la tarde noche se dirigió a por un encargo, cuando Horus le dijo:
—Félix, observa — su voz resonando en su mente — mira lo que la maldad y la indiferencia han creado.
En una esquina, dos hombres robustos se aprovechaban de la debilidad de un anciano. Tratando de robarle lo empujaron al suelo, mientras lo golpeaban y trataban con desprecio y burla. Félix sintió el ardor de la injusticia. La simbiosis con Horus le concedió valor; un valor que brillaba tan intensamente que le dio la fuerza para interponerse.
—¡Basta! — Exclamó con voz firme. El sonido le resonó como un trueno, casi sobrenatural.
Los malhechores, sorprendidos, retrocedieron, sintiendo que una ominosa sombra les acechaba desde las profundidades de la noche.
Horus, invisiblemente presente, emitió un susurro escalofriante, que llegó a los oídos de aquellos malvados como una amenaza:
—Cuando la avaricia y la crueldad reinan en el corazón, el que se alimenta del dolor ajeno se convierte en cenizas.
Una intensa vibración azotó el lugar, provocando que los matones temblaran. Sin comprender que estaba pasando, se miraran entre sí. Antes de que pudiesen hacer nada, se encontraron paralizados contra su voluntad, sintiendo aterrorizados, como si algo extraño avanzara irrefrenable dentro de sus cuerpos consumiendo sus fuerzas en unos momentos que parecieron eternos.
—Horus, ¿era necesario matarlos?
—No los he matado, Félix. Están inconscientes temporalmente. Leí sus mentes y créeme, no tenían solución, eran unos cobardes que se aprovechan de la debilidad ajena. El mal y la crueldad reinaban en ellos y volverían a caer sin remedio. Les he quitado parte de su energía y ya no podrán atacar a nadie, solo tendrán fuerzas para caminar y poco más.
Al día siguiente Félix se encontró con los dos muchachos que asiduamente se burlaban de él. El más alto, al verlo caminar erguido, exclamó jocosamente:
—Hombre, “lisiado”, parece que has cambiado algo, no pareces el mismo.
Su acompañante con animo hiriente, apostilló:
—Sigue siendo el mismo engendro.
Horus intervino, y ambos jóvenes comenzaron a sufrir espasmos intensos. Sus columnas vertebrales se torcieron, y sus cuerpos adoptaron una posición anómala que les dificultaba caminar adecuadamente.
—Horus, ¿qué has hecho?
—Darles un poco de su propia medicina. Tratar a las personas de la misma manera en que te tratan puede fomentar el desarrollo de empatía y mejorar sus comportamientos. Quizás, más adelante, si aprenden a empatizar se curarán, de ellos depende.
Aquellas fueron solo las primeras de muchas batallas que Félix libraría junto a Horus. Enfrentaron la corrupción, la criminalidad y la usura, y aquellos que acaparaban fortunas inconmensurables impidiendo el desarrollo del bien común. Con el tiempo, Félix se convertiría en una figura emblemática de la lucha contra la opresión, ganándose la confianza de aquellos que necesitaban ayuda y empoderando a los débiles.
Sin embargo, la sombra de aquellos que actuaban mal seguía acechando. Horus alerta y presente, siempre susurraba advertencias a Félix.
—Mira hacia las sombras, los perversos a menudo se agazapan donde menos se les espera.
Y así, cada vez que un acto de malicia emergía de las tinieblas, Félix se armaba no solo de valor sino también de una sabiduría nueva: comprendió que la maldad se alimenta del miedo, y la compasión transformada en acción, la combate.
Con el tiempo, un halo de ilusión se extendió por el mundo. Su ejemplo germinaba, era como si una luz se hubiera encendido y los corazones de muchos volvieran a latir con esperanza. Y a medida que el bien común florecía, los malvados comenzaron a sentir el terror a ser confrontados con su propia oscuridad.
Horus, siempre presente, le recordaba:
—La verdadera fuerza radica en el amor y la solidaridad, y en la capacidad de mirar al abismo sin temor, transformando esa mirada en un faro de luz.
Así, Félix continuó su camino, junto a Horus, llevando esperanza y justicia a un mundo que a menudo había olvidado lo que significaba ser humano.
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