Efraím

Efraím se había especializado en pilotaje de drones. Era una persona inteligente, con 37 años y excelentes condiciones físicas, que le permitían buenas perspectivas profesionales para el futuro. Sin embargo, debido a circunstancias del destino, su familia enfrentó situaciones dramáticas. Sus padres, de origen sefardí, aún conservaban las llaves de la casa que sus antepasados habitaron en Toledo antes de ser expulsados de España. Para ellos significaban mucho, ahora se encontraban en su poder porque tanto ellos como su hermana fueron asesinados a sangre fría por los terroristas de Hamás. Efraím se salvó porque estaba de visita en Madrid cuando ocurrieron los hechos.

El dolor lo consumía. La pérdida de sus seres queridos, quienes le habían inculcado los valores que forjaron su carácter, lo sumió en una profunda amargura. Se sentía perdido y solo, y en su corazón floreció un odio voraz y un deseo irrefrenable de venganza. Al regresar a Tel Aviv, la vida le presentó una nueva y cruel realidad: lo llamaron a filas en pleno conflicto de Gaza y Cisjordania.

Como individuo de pensamiento crítico, siempre había rechazado la vida militar, ya que no se identificaba con la necesidad de acatar órdenes sin previo análisis ni posibilidad de cuestionamiento.

Sin embargo, motivado por su ira, consideró que tal vez alistarse en el ejército sería su forma de hacer justicia, de vengar a su familia. Por su destreza en el manejo de drones, el ejército israelí lo asignó a un equipo de élite, donde su precisión se demostró infalible. Colocaba bombas en los lugares exactos, ya fueran túneles o guaridas, con las coordenadas proporcionadas por el Mossad. Aunque en su interior sabía que ese "trabajo" no le aportaba satisfacción, se convencía de que estaba erradicando el mal.

Posteriormente recibió una orden que no estaba alineada con su formación previa. En esta ocasión, se trataba de bombardear un hospital que albergaba enfermos, refugiados y personas inocentes. Al recibir las coordenadas, su rostro se tornó pálido, se dirigió hacia el oficial que se las había proporcionado e inquirió:

Efraím en un centro de mando

—¿Está usted seguro de lo que me está solicitando?

—En ese hospital han entrado a refugiarse tres peligrosos terroristas y tenemos orden de eliminarlos inmediatamente. ¡Actúe! —exigió el oficial con frialdad.

Efraím lo observó con perplejidad.

—Hay vidas inocentes en juego. No puedo disparar a gente inocente. No es solo una cuestión de órdenes, es una cuestión de humanidad. ¿Es consciente de cuántos médicos, pacientes y personal civil, incluidas mujeres y niños, están actualmente en ese hospital?

—Sintiéndolo mucho, son daños colaterales y las órdenes son claras. ¡Dispare! —gritó el oficial, molesto por la observación.

Efraím permaneció mirándole hierático, su corazón palpitando con fuerza mientras el militar, visiblemente irritado, le ordenó con firmeza que disparara de inmediato.

—¿No entiende? Le reitero que hay vidas inocentes en juego. No puedo disparar a mujeres y niños. No es solo una cuestión de órdenes, es una cuestión de humanidad. El fin no puede justificar los medios. Mejor ordene el envío de un comando sobre el terreno para que entren en el hospital y los capturen o eliminen.

El militar, rojo por la ira, exclamó:

—¡Acate las órdenes o le someteré a un consejo de guerra!

Rugió, impotente ante la resistencia de Efraím.

—No puedo. Me niego rotundamente a ser cómplice de esta atrocidad. La guerra no elimina nuestra responsabilidad moral.

La rabia del oficial era palpable, visiblemente irritado, le reiteró con firmeza que disparara de inmediato.

—No discuta mis órdenes. ¡Obedezca y dispare de una vez! Asumo toda la responsabilidad por esta acción.

—No es tan fácil. Nuestros actos tienen consecuencias y mi conciencia no me permite cometer semejante atrocidad.

—¡Estúpido! ¡Detengan a este hombre y enciérrenlo en el calabozo! —ordenó a dos soldados que se encontraban junto a la entrada.

Mientras lo trasladaban, Efraím dirigió su mirada hacia el oficial y con una voz cargada de tristeza, preguntó:

—¿En qué momento perdió su humanidad? ¿Qué nos distingue de los terroristas si causamos daño a los inocentes?

En el calabozo, Efraím reflexionó profundamente. Observó que, en situaciones de conflicto bélico, muchas personas dejan de lado el pensamiento crítico y se limitan a cumplir órdenes sin analizarlas previamente.

Recordó cómo la propaganda había deshumanizado al enemigo, facilitando horrores como el Holocausto, la exterminación de pueblos aborígenes de Australia, indios en Norteamérica o la esclavitud, muerte y mutilación en el Congo, etc. En definitiva, cual demonios, la considerada especie inteligente actuaba como autómatas sin pararse a pensar. Seguíamos sin aprender nada de anteriores conflictos.

Como libre pensador, él nunca actuaría de esa manera. Llegó a la conclusión de que la carrera militar no era una opción viable para él, ya que siempre cuestionaría las órdenes antes de ejecutarlas para asegurarse de que sus acciones fueran coherentes con sus principios.

Y hasta aquí este pequeño relato.

Y usted, amigo lector, ¿qué hubiese hecho de encontrarse en el lugar de Efraím?

Jaime Tino Pouso

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